La educación de los hijos, un incómodo problema
Al intentar cumplir su misión, los padres dudan, eso es seguro. Resulta complicado decidir cuándo conviene transigir y cuándo conviene la disciplina. Educar a los hijos no es un juego, son los hijos los que están en juego. El emperador romano Marco Aurelio, a pesar de su gran entereza, sufrió mucho por no poder enderezar a su hijo. Cómodo fue el único varón superviviente y sucesor de Marco Aurelio. Ya desde pequeño demostró un carácter difícil. Los historiadores hablan de su afición temprana por los insultos. Según cuentan, Cómodo tuvo un acceso de furia a los once años, en el cual ordenó arrojar al horno al encargado de unos baños por haber dejado enfriarse el agua. Los esclavos que debían ejecutar la orden fingieron obedecerle, pero quemaron una piel de oveja. Marco Aurelio intentó que cambiara a tiempo, dándole lecciones él mismo y buscándole los mejores maestros disponibles. Pero las ausencias del emperador eran largas y Cómodo se volvía cada vez más propenso a las rabietas y el descontrol. Marco Aurelio confesaba con pesar que Cómodo ignoraba los límites porque era su hijo y lo tenía todo. Dejó constancia en las Meditaciones, su diario. De madrugada y abatido, escribía sobre su obsesionante problema: «Si tiene un desliz, instrúyele cariñosamente y procura indicarle su negligencia. Pero si no lo consigues, recrimínate a ti mismo, o ni siquiera a ti mismo». Hoy se podría tener la impresión de que en el pasado la paternidad era un triunfal ejercicio de poder, pero como ahora, las voces antiguas hablan de ansiedad, vacilaciones y desaciertos.