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Mes: diciembre 2011

Nuestro gran lazo humano

Nuestro gran lazo humano


Por fin el miércoles 7 de diciembre, ese raro día entre fiesta y fiesta, salió un sol espléndido que nos permitió formar entre todos ese gran lazo multicolor del autismo. Aquí os dejamos un testimonio gráfico (aunque no es la foto oficial). 

Entre todos hacemos que todas las piezas encajen


El mensaje que queremos enviar con nuestro lazo es muy semejante al del magnífico videoclip que también acompaña esta noticia: Somos una marea de gente, todos diferentes, remando al mismo compás.

Cuento

Cuento


Hace mucho, mucho tiempo cuando yo era muy pequeña oía a los mayores decir cosas enormemente extrañas y enigmáticas. Cosas como “quien bien te quiere, te hará llorar”, “los niños hablan cuando las gallinas mean”, “ssshhhh, las paredes oyen”

Ahora que soy muy mayor, he ido desentrañando algunos de estos misterios. Por ejemplo, sé que a veces una regañina o un NO a tiempo ayudan a que un niño aprenda que no siempre va a poder hacer todo lo que le apetezca y que eso le enseñará a ser más feliz. También he descubierto que las gallinas no mean nunca así que, aunque es verdad que a veces los niños tienen que saber esperar y estar calladitos, a mi edad me sigue pareciendo terriblemente exagerada e injusta esa pretensión de tenerlos siempre con la boca cerrada. En cuanto a lo de que las paredes oyen, los mayores se quedaban muy cortos porque yo puedo afirmar que … ¡también hablan!. Y es más, si son paredes de un colegio que incluso …¡están vivas!.

Esto último lo he descubierto esta misma tarde, cuando todo el mundo se ha marchado en busca de un largo puente festivo y el colegio se ha quedado vacío. Yo también me disponía a hacer lo mismo cuando de algún lugar de lo que parecía un silencioso pasillo solitario  llegaba una canción que decía algo así como «I’m a poor lonesome cowboy” y ha sido entonces cuando he visto cómo, más rápido que su propia sombra, de una pared salía un vaquero a lomos del caballo más listo del mundo. No he podido preguntarles nada porque han pasado a mi lado como una exhalación huyendo de la persecución de cuatro malvados bigotudos de nariz bulbosa y mirada odiosa.

No me había repuesto de la sorpresa cuando me ha tirado del jersey una niña rusa con piruleta que me hablaba pizpireta pero a la que me ha sido imposible atender porque un ejército multicolor avanzaba con sigilo a ambos lados del pasillo; a su paso se oía el susurro de contraseñas poéticas que de los muros brotaban y por el aire flotaban. En lo más alto miles de grullas volaban, las mismas que hace algún día transformaron  papeles viejos en buenos y bellos deseos. Siguiendo al batallón de poemas, lazos y lemas  he visto cómo llegaban  hasta el recreo de los niños más pequeños para fundirse en abrazos que formaban un nuevo gran lazo hermano. Estando ya convencida de que la calma volvía, me he topado con un coro navideño que desde un cristal seguía a un esqueleto pequeño, muy cabezón y  famélico que hablaba en un francés académico. Pero esto no ha sido todo, pues por una puerta amarilla de su clase se salía  un pingüino resabido que quería ser mi amigo. Tras esquivarle la charla, tratando de allí alejarme y con su fiesta dejarles, a la puerta de salida he dispuesto encaminarme no sin antes  atender a unos peluches alegres que hasta allí habían llevado unos generosos niños que de ellos se desprenden para que con otros jueguen. Cuando por fin a la puerta he conseguido llegar, me he encontrado allí sentado a un señor más bien mayor, de semblante bonachón que este consejo me ha dado: “ni se te ocurra contar lo que aquí viste esta tarde si no quieres que de loca, de rara o de diferente, te considere la gente”

 

P.C.