Primer día de clase y flores

Primer día de clase y flores


Primer día de clase. Vorágine de risas, lloros, gente por los pasillos, cambios de última hora, listas que hay que revisar, rostros por conocer, nombres por aprender, espacios de los que apropiarse, reencuentros, cambios inesperados, … Más o menos habrá sido así o parecido en todos los colegios.

Por la tarde, cuando todos habían vuelto a sus casas con mil anécdotas y novedades por contar, resultaba placentero pasear por los pasillos desiertos y contemplar los restos de la batalla: las novedades que las profesoras de Infantil habían introducido en sus aulas, los dibujos y fotos de vacaciones que niños y niñas habían pegado por las paredes, los estuches olvidados en un primer día de despiste, …y en algunas clases había algo más: sobre la mesa de la profesora quedaban uno (o dos) ramos de flores. Generalmente detrás de cada ramillete hay un alumno o alumna de origen ruso o rumano. Es una bonita costumbre de esos países ofrecerlos a sus profesoras en el primer día de escuela. Muchos la conocimos de manera horriblemente trágica hace cinco años, un 1 de septiembre de 2004. Las imágenes de los niños y niñas de la escuela nº1 de Beslan en Osetia del Norte, que lucían sus mejores galas y llevaban flores a la entrada de lo que tenía que haber sido un día feliz, nunca se borrarán.

Por eso considero de justicia dar las gracias a estas familias que, habiendo venido hasta aquí buscando una vida mejor, una sociedad «más avanzada», nos traen flores y con ellas significan valores que aquí ignoramos con demasiada frecuencia. Gracias por recordarnos con ese pequeño gesto que la gentileza, la cortesía y el respeto por los maestros son actitudes que permanecen en vuestros lugares de origen. Gracias también por haber evocado aquella imagen triste y contribuir de esta manera a que mantengamos una actitud permanente en defensa de la paz y del futuro de la humanidad, la infancia.

 

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P.C.

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